establecer relaciones entre los hechos que observan y actuar en consecuencia. Para lograr todo esto no sirve la memorización de los contenidos de las distintas disciplinas o ciencias tratadas como espacios curriculares aislados, ni siquiera la adquisición de habilidades relativamente mecánicas, sino que se requieren saberes transversales puestos a dialogar con la vida cotidiana.
Hoy no se necesita priorizar la acumulación de información, que rápidamente quedará desactualizada, sino más bien equiparse para enfrentarse con el mundo y sentirse bien e integrarse como miembros de la sociedad en la que participan junto con sus familias, sus organizaciones y sus pares.
Entonces, el cambio implica una escuela no organizada en términos de saberes o contenidos sino de competencias a desarrollar.
Tomo el concepto de competencias en el sentido de “conocimiento en acción” (Aguerrondo). Y es en este sentido que quiero destacar la importancia de la competencia emocional-social que hasta el filósofo griego Platón reconocía al hablar de la importancia de la disposición emocional del alumno para determinar su habilidad para aprender.
Se entiende por competencia emocional dos categorías: la competencia emocional personal y la competencia emocional social. La primera hace referencia a la relación que tenemos con nosotros mismos por ejemplo la conciencia de uno mismo y de sus emociones, la motivación, el autocontrol, la autoconfianza, etc. La segunda hace referencia a las relaciones que establecemos con nuestros semejantes, por ejemplo la capacidad de entender diferentes puntos de vista, la predisposición a ayudar altruistamente, la tolerancia y la flexibilización de planteamientos, la cooperación, el dinamismo grupal, etc.
Cuantas veces experimentamos como colaboró un docente o una asignatura en el fortalecimiento de nuestra autoestima o como acrecentamos nuestra capacidad para cooperar a partir de un Proyecto de valores propuesto en la escuela. O tal vez como un texto literario analizado en clase nos ayudó a conocer algún aspecto de nosotros mismos que hasta entonces nos estaba oculto.
Promover una educación de las competencias emocionales es una tarea que la escuela no debe soslayar y que la familia, principal formadora, debe tener presente para facilitar aprendizajes y especialmente para aprender el arte de vivir juntos y para ser más felices.
Miriam Alonso
Rectora del Nivel Medio |