Primero recordemos que la escuela de la modernidad surge como un espacio para transmitir a niños y jóvenes aquellos contenidos culturales que exceden a las posibilidades de la familia: el mundo de las Ciencias y la formación de las personas como ciudadanos de los Estados Modernos.
A partir de entonces se ha insistido en la necesaria función socializadora de la escuela, pero quizás no en la misma medida en su función de promotora de la transformación de la realidad, permitiendo el avance, la mejora, la creatividad.
Partimos de la idea sobre creatividad como capacidad humana para innovar, para generar ideas y esquemas, hechos materiales que resulten novedosos y significativos.
En este sentido todos nosotros nacimos con una cuota de creatividad que a su vez se desarrolla a lo largo de nuestra vida como creatividad cultural. Todos, sí, sin excepción. Sin embargo esta cualidad puede ser enseñada, estimulada o no y por lo tanto aprendida.
Seamos conscientes o no, cultivada o no, aplicamos esta capacidad cotidianamente. Afortunadamente existen pequeños espacios de creatividad o “ráfagas”, si se me permite llamarlas así. La verdad es que en general es que en nuestra vida de todos los días no es lo que abunda, son muchos los actos repetitivos, habituales y desde ya que son también necesarios. No podríamos comenzar todos los días “de cero”.
Pero volvamos al tema que nos convoca: la creatividad que puede llegar a ser casi una tarea lúdica, liberadora, que produce una enorme sensación de bienestar, pero que requiere flexibilidad.
Reconozcamos que hay personas que se caracterizan por ser creativos y actúan en soledad, se distinguen del común, pero aún ellos no podrían crear sin el estimulo que significa el contacto con sus pares, el creativo se potencia socialmente. También el creativo contagia a los demás, multiplica.
Por último consideremos que esta aptitud, que va asociada a la inspiración, también requiere dedicación, trabajo.
Por todo esto la escuela puede ser un lugar de creación, pero además es necesario que así sea, porque tenemos a nuestro alcance a niños y jóvenes que son el futuro, porque fomentar la creatividad es incentivar la innovación e impulsar no sólo mejores respuestas sino fundamentalmente desafiantes preguntas, que impulsen el descubrimiento, la apertura y flexibilidad ante el cambio necesario del mundo en que vivimos, para mejorarlo.
No sólo la escuela sino también la familia tienen la posibilidad de potenciar la creatividad, en la medida que ayudemos a fomentar la autoestima, la sociabilidad, la dedicación, la autonomía, el placer por el aprendizaje.
“Son seis mis fieles servidores, me enseñaron todo lo que sé sus nombres son: porqué y cuándo, quién y dónde, cómo y qué.” (Joseph Rudyard Kipling)
Me despido de ustedes con una última pregunta, aclaro que estoy en proceso de respuesta: ¿qué hacemos nosotros los adultos, padres y/o educadores para que no se apague la cuota de creatividad con que nacimos y que seguramente todos tuvimos de niños?
Con afecto.
Miriam Alonso
Rectora del Nivel Medio |
