Partiendo de esta premisa planteamos, como les mencioné en el primer boletín del año, el Proyecto de Lectura en voz alta. Con la intención de contribuir al gusto por la lectura, pero fundamentalmente rescatando el sentido de compartir un texto, una voz, un tiempo; como una forma de saldar la necesidad de comunicación.
Para la primera etapa organizamos un cronograma para que todos los docentes del secundario pudieran elegir un texto, preferentemente literario, que considerasen valioso para leer en voz alta a sus alumnos.
Esto nos llevó a pensar qué les podía interesar a nuestros jóvenes, qué quisiéramos transmitirles en esos aproximadamente quince minutos, que haríamos después al finalizar. Era extraño para ambas partes, docentes y alumnos, sobre todo al tratarse de la elección de un mensaje que preferentemente no tuviera que ver con la asignatura que cada Profesor enseña. También nos preguntábamos cómo introducir el tema y cómo continuar la clase después del punto final de la lectura. Cómo verán crear esta ocasión nos generó cierta incertidumbre, porque no sabíamos qué iba a suceder.
En la segunda parte del año se abrió la oportunidad a la familia y así recibimos la visita de algunos padres. Cada encuentro que tuve el placer de presenciar, fue diferente, único.
Hubo historias de suspenso, de esas que producen el típico hormigueo ansioso y la atención extrema. Algunos relatos sobre vivencias típicas de la adolescencia, con las que fácilmente se sintieron identificados y despertaron risitas cómplices. También testimonios de vida que tenían relación con la historia de nuestro país e incluso con la historia del papá narrador. Cuentos para sacudirnos del sueño de la mañana y hacernos reflexionar sobre la vida. Líneas de pura creatividad que nos sorprendían.
Proverbios, aforismos, poesías que dejaban enseñanzas, emoción.
En cada encuentro pude ver rostros juveniles que daban la bienvenida a cada visitante y al cierre el agradecido aplauso.
Hubo lectura con punto final y a continuación silencio para dejar paso al eco de las palabras pronunciadas que seguían flotando en el ambiente de la clase.
Algunas produjeron una emoción intensa y hasta nos hicieron lagrimear.
En una oportunidad hubo pedido de “otra, otra” porque no querían despedirse, no sé si de los cuentos de Eduardo Galeano o del narrador.
Tuve la certeza de no haber presenciado simplemente lecturas en voz alta sino un auténtico ejercicio de escucha, de buena disposición, de acercamiento y sobre todo de circulación de cariño.
Gracias a todos los papás que con libro en mano regalaron a sus hijos y a sus compañeros esos momentos tan especiales de los que pude ser testigo y disfrutar.
Gracias a Silvia, mamá de Bruno Aversente; Silvana, mamá de Agustina Cope; Stella Maris y Jorge, papás de Agustín Parisi; Horacio Quiroga, papá de Facundo Quiroga; Miguel, papá de Lucas Martínez Gravino; Leticia, mamá de Sofía Cardachi Lavaselli.
Con afecto.
Miriam Alonso
Rectora del Nivel Medio |
